El sistema educativo argentino necesita un cambio. Ese cambio no vendrá solo, de la nada. Si en materia de educación, nada hacemos o si hacemos lo mismo, no podemos esperar resultados distintos. Para modificar la realidad argentina de acá a 25 años hace falta un cambio estructural en educación. O nos seguiremos repitiendo en crisis interminables y sucesivas que como las arenas movedizas van poco a poco fagocitando nuestro futuro político, económico y social.

En primera medida, hay que renacionalizar todos los servicios educativos que en la década del 90, el entonces presidente Carlos Menem transfirió a las provincias, sin sus respectivas partidas presupuestarias, lo que derivó lógicamente a que muchos de ellos, dejaran de existir.

El ministerio de Educación debe ser jerarquizado y se debe crear una Superintendencia Nacional de Educación, que establezca el norte pedagógico de la formación docente y las prioridades didácticas en las aulas. Es imprescindible transparentar las mediciones de calidad educativa, para contar con un diagnóstico certero de la enfermedad del paciente y proceder a brindar los remedios acertadamente.

En términos presupuestarios, la inversión de la Argentina en educación, ciencia y tecnología ha sido aceptable, registrando una participación de 5,57% del PBI (salvo en los últimos años, hubo una merma del 9% entre 2016 y 2018, según un informe del prestigioso Centro de Implementación de Políticas Públicas, Cippec). Es decir, el grueso del dinero ya se está destinando, el recurso humano y la vocación de nuestros docentes es infinita y hasta diría ejemplar. Sin embargo, la educación pública, a pesar de la desesperante situación económica en la que venimos sumergidos, no logra colocarse en el centro de las preferencias para los padres a la hora de mandar los hijos a la escuela. Algunas generaciones atrás, la educación pública era sinónimo de excelencia y hoy es la opción de aquellos padres que nos les queda otra, por no poder pagar la educación privada.

¿Qué ocurrió entonces en medio de aquellos años dorados y hoy? ¿Por qué se llegó a que la educación de gestión estatal haya pasado del centro de la escena al sector «tertulia» de la sociedad?

Una vez realizada esta reorganización administrativa, es imperioso desterrar de nuestra pedagogía el conductismo y el constructivismo, pasando a los nuevos métodos basados en las neurociencias, como el creativismo cognitivo.

La Argentina y los argentinos tenemos todo para iniciar una nueva etapa y un nuevo debate que haga renacer una nueva escuela pública. Una escuela con nuevos métodos pedagógicos, moderna, que forme ciudadanos del mundo, que forme desde los valores utilizando la creatividad y la innovación, desde la resiliencia, que es la capacidad de caer y levantarse. Que la educación es el presente y el futuro de cualquier Nación que se pretenda libre y soberana es harto sabido. El debate está abierto y entre todos podemos lograrlo.